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jueves, 19 de mayo de 2011

El 15M contra un imposible

Atendiendo a la petición de un lector y aunque no estoy por la labor de dar más carnaza a la ya de por sí defenestrada imagen de los políticos, me encuentro ante la tesitura cual Lope ante Violante, de buscar un argumento con cierta originalidad que atraiga atención de un lector bombardeado por pasquines y soflamas políticas. En esta perversión absoluta de dispendio electoral, donde se van a colocar 47.000 concejales y millares de diputados autonómicos, me viene a las mientes la imagen dramática, cuando en plena segunda guerra mundial, en el frente de Stalingrado, los soviéticos lanzaban panfletos a los alemanes informándoles de que cada quince segundos moría uno de ellos.
Mucho se habla, más últimamente embarcados en una batalla electoral ajena a las penurias que estamos viviendo los ciudadanos de a pié, de la calidad de nuestros políticos. Ya hemos escrito sobre ello: son los que tienen que ser, los más preparados, los mejores, los que demanda el sistema electoral actual. Para cambiar a nuestros políticos hay que cambiar el sistema que impulse un nuevo perfil de candidato y no esas medianías. Nadie acierta con una tecla que incentive al cambio, seguramente porque no la hay. El sistema tiene definidos unos protocolos que tienden a establecer un reparto bipolar de la representación en la figura de dos grandes partidos políticos cerrados y cerriles.
De esta manera existen dos realidades ajenas, la de los ciudadanos y la de los políticos, dos mundos paralelos e impermeables. Los partidos se retroalimentan con la carne de sus militantes procurando cambiar poco o muy poco el perfil de los candidatos y por tanto de sus posiciones. En ese mundo irreal en el que desarrollan su actividad conviven en cierta armonía todos los partidos políticos: los grandes eligen primero, cada uno su territorio ya se han ocupado de canibalizar a las pequeñas formaciones que pululaban por el espectro electoral y están a salvo de injerencias en forma de nuevas iniciativas. Las barreras de entrada para cualquier advenedizo que lo intente son gigantescas infranqueables. Así incluso es fácil que los grandes partidos lleguen a acuerdos que parecen imposibles en temas seguramente más interesantes para los administrados -el desempleo, la educación o el terrorismo- y se enfrascan en cambiar la polémica ley electoral pero no en lo básico del sistema sino en lo que consideran necesario para sus intereses: hay que levantar más barreras y se recortan los derechos de voto a los emigrantes españoles, total qué van a saber ellos de lo que es conveniente o no. ¿Acaso no han emigrado?
¿Qué podemos esperar de ellos? Desgraciadamente nada, porque nosotros no podemos influir más que con un voto de castigo dirigido a una u otra formación. El problema es que el resultado siempre es el mismo, en la teoría de juegos se habla de un proceso de suma cero –unos compensan a los otros-. Y así ad libitum. No es un invento novedoso, nuestros políticos son incapaces de innovar, si acaso calcan lo acontecido a lo largo del siglo XIX cuando se estableció con carácter más o menos oficial, un sistema de turnos entre liberales y conservadores que acabó con la Revolución del 68 y el fin del reinado de Isabel II. No son los mismos tiempos ya lo sé, ni se espera ni de desea un resultado similar. Desde luego que no.
Por lo tanto cambiar de voto no afecta al resultado final, otra posibilidad pudiera ser la abstención o quizá el voto en blanco, pero no unos pocos, que apenas se nota, muchos, la mayoría. ¿Qué pasaría entonces? Seguramente nada. Saramago en su obra Ensayo sobre la Lucidez desarrolla esta idea, cuando la inmensa mayoría de los votantes lisboetas  decide votar en blanco, la respuesta inmediata del gobierno fue el aislamiento de la capital, evitando la propagación de tan desatinado proceder en otros lugares, y poco más. La vida sigue. Sí, ya sé que no es lo mismo una novela que la realidad y que abstenerse no es lo mismo que votar en blanco, que es una dejación de los derechos ciudadanos, que otros quisieran para sí.  Sí, lo sé pero también sé que uno y otro mantienen el resultado anterior, la máquina sigue su curso, la democracia no se para porque yo me quiera bajar, y como yo muchos.
Por lo tanto los derechos democráticos de sufragio activo como en el caso del pasivo, no resuelven una situación de duopolio partidista. El hombre de la calle no puede influir en sus representantes por mucho que consagre nuestra querida constitución lo contrario y se nos hinchen las gorjas clamando las bondades de la democracia. El desencanto en las instituciones es patente.
La primera Ley de Newton dice que todo cuerpo permanece en reposo o se desplaza con movimiento rectilíneo uniforme, siempre que no actúe sobre él una fuerza exterior que cambie su estado. En nuestro sistema de representación no hay otra fuerza más allá, ni puede haberla. La tendencia continúa ad libitum. Y en ese estado general, será difícil que se dé, la existencia de un representante de los ciudadanos que cuestione la validez del sistema: ¿para qué cambiar? o ¿Por qué cambiar? Ninguna de las respuestas que podría encontrar le incitarían lo más mínimo a modificar un comportamiento adquirido a lo largo de toda una vida entregada al partido. Hay excepciones, pocas pero las hay, aunque tienen un coste, normalmente personal y no todos soportan ese sacrificio. Porque un político puede ser una medianía, basta con mirar alrededor, pero ni olvidan, ni perdonan –y pobre del que ponga en duda la validez del chiringuito, mejor sería que no hubiera nacido-. Gorbachov por ejemplo, cambió un sistema, un país y el mundo. ¿Cuánto duró en el poder? Es una birria de ejemplo para los políticos, lo sé, pero demuestra que si se quiere se puede a pesar de todo. ¿Quieren entonces?
Finalmente quiero hacer una mención a esos movimientos populares contrarios al statu quo actual, a las grandes corporaciones y especialmente a los banqueros. En principio vaya por delante que no me son agradables. Al calor de los movimientos que se vienen dando en los países árabes y de los resultados obtenidos por el tea party en Estados Unidos, estamos experimentando también la manifestación de ese sentimiento de abandono y aislamiento de la ciudadanía con sus dirigentes. El 15M es el último experimento, que seguramente tenga continuación a lo largo de los años, porque la situación lejos de mejorar, empeora a cada instante. Es la famosa entropía, las cosas tienden al caos. El caos aún no ha llegado, es cierto, aunque con cinco millones de parados, estaría más cerca en cualquier otro país desarrollado. La pobre España lo aguanta todo.
Yo creo que estos movimientos tendrán poco predicamento en nuestro país y en las clases políticas aún menos. No existe una identidad colectiva ni un sentimiento que cohesione a la ciudadanía: de eso se han ocupado y muy bien nuestros políticos (¡gracias a Dios nos queda el futbol, de la selección!), pero además y lo más importante: en otros lugares los dirigentes tienen algo que a los nuestros les falta, no es capacidad, dedicación o entusiasmo, es algo más mundano, más de andar por casa, les falta vergüenza y eso es un plus que les aísla de cualquier preocupación social.

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