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domingo, 15 de mayo de 2011

Sobre los costes de oportunidad. La ventana rota.

Un niño mientras jugaba rompió una ventana de la panadería del barrio. El panadero, como es lógico se puso hecho una furia, mientras a su alrededor empezaron a arremolinarse curiosos atraídos por el estallido de los cristales.  
En principio la multitud compadecía al desafortunado panadero, hasta que poco a poco los vecinos tras analizar detenidamente los pros y contras de la situación llegaron a la excelsa conclusión de que el panadero no sólo no tenía que enojarse, más aún debería agradecer al pequeño su travesura. Y continuaban razonando de la siguiente manera. Bien es cierto y aceptamos todos que supondrá hacer frente a los costes de un nuevo cristal, lo que no es tanto y además dará más lustro al establecimiento, incluso si no fuera tan egoísta podría darse cuenta que si los cristales no se rompieran los cristaleros no tendrían trabajo con el que vivir. Es fácil ser panadero, porque todos tenemos que comer todos los días, pero otros no tienen tanta suerte (no se les ocurrió poner una panadería supongo). Por lo tanto la felonía beneficia al cristalero, que al ganar más, gastará más y allí donde lo haga pasará otro tanto, iniciando una progresión geométrica (alguno de la multitud alzó la voz para corregir, que geométrica es mucho, coño, acuérdate del visir y del juego del ajedrez). Ah, sí, sí, rectificó el ponente, si no geométrica al menos aritmética. ¿Así mejor? Muchísimo mejor contestó el sabiondo. Y concluyó su perorata, ¡al final todos más ricos! 
Hubo alguno entre la multitud que insinuó seguir rompiendo todos los cristales de la panadería. Gracias a Dios imperó el sentido común y la desidia, porque tan pronto como se formó se disolvió el gentío. Pero lo cierto fue que lo que comenzó como una travesura y un desafortunado incidente acabó produciendo un bien a la sociedad y el niño se convirtió en un héroe.
Al otro lado de la calle se ubicaba un sastre que miraba por su ventana el suceso acontecido. Triste. Había hablado con el panadero esa misma mañana y le iba a encargar un traje al finalizar la jornada. Ahora no podrá ser. El panadera ha de elegir entre la ventaja o el traje.
Al final no todo el mundo ha ganado como especulaba la multitud. Al día siguiente todos verán una ventana nueva y un cristalero contento, pero difícilmente alguno se dará cuenta que en la papelera del sastre hay una nota de encargo pendiente de confirmación.
Claude Frédéric Bastiat (1801-1850)

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