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miércoles, 27 de julio de 2011

¡Estamos indignados!


Los pequeños y medianos empresarios tenemos sobradas razones para estar indignados. Aunque no nos manifestemos. Aunque no acampemos en las plazas de nuestras ciudades. Aunque no firmemos manifiestos. Sobradas razones para expresar nuestra indignación a través de medios de comunicación como éste o como cualquier otro que quiera asignarnos una modesta, minúscula, cuota de interés informativo. Habida cuenta de que somos nosotros, básicamente, los que vamos a sacar a España de la crisis, los que vamos a crear la mayor parte de puestos de trabajo, los que vamos a seguir arriesgando nuestro patrimonio para sacar adelante nuestras empresas. Si nos dejan.

Estamos indignados con nuestros políticos, no sólo por lo que no han hecho durante la crisis, también por lo que no hicieron para evitarla en los años precedentes, cuando aquí atábamos perros con longanizas, cuando el sector inmobiliario se desbocaba a la vista de todos y a todos le parecía de perlas porque a todos convenía. Por su falta de visión a largo plazo, por pensar sólo en términos electorales, por su manifiesta incompetencia o su arbitrariedad en demasiados casos, por la falta de transparencia y por la corrupción, por todo eso estamos indignados. Pero lo estamos, especialmente, por su permanente olvido de la pequeña y mediana empresa y por su absoluto sometimiento a los dictados del sistema financiero.

Sindicatos obreros y vetustas patronales sobran en un mundo en el que los trabajadores ya no son obreros y los empresarios ya no son patronos.

Estamos indignados con el sistema financiero, responsable principal –aunque no único– de lo que está ocurriendo. Bancos y cajas que en su día favorecieron la expansión desmesurada del crédito, ahora mantienen el grifo cerrado a cal y canto estrangulando la economía productiva. Sin haber asumido responsabilidad alguna, manteniendo a los mismos equipos directivos con salarios y bonus fuera de toda mesura y, en el caso de los bancos, sin haber dejado de repartir suculentos dividendos en lo más crudo de la crisis, en descarada connivencia con las administraciones públicas.

Estamos indignados con las administraciones públicas, que despilfarraron el dinero de todos en proyectos faraónicos que hoy se demuestran innecesarios, que incumplen la ley pagando en plazos tan dilatados que abocan a muchos de sus proveedores al cierre, que se han mostrado incapaces de acomodar los gastos a los ingresos decrecientes, como hemos tenido que hacer los demás, generando un déficit de proporciones alarmantes cada vez más difícil de financiar, con una deuda pública encarecida por los mercados y las agencias de rating.

Estamos indignados con los mercados y las agencias de rating, los nuevos señores feudales ante los cuales se arrodillan los gobiernos de todo el mundo. Los que dictan las políticas que los estados deben seguir, con el chantaje de los movimientos especulativos de los unos y las rebajas en las calificaciones de las otras. ¿No hay nadie en el mundo capaz de pararles los pies y exigirles la responsabilidad que no tuvieron cuando dieron óptima calificación a los activos financieros subprime que desencadenaron la crisis? ¿Es asumible que decisiones de agencias privadas determinen las políticas de los gobiernos democráticos y de los organismos internacionales, ante la pasividad o el silencio cómplice de los grandes partidos políticos y de las principales organizaciones sindicales y empresariales?

¿Es asumible que decisiones de agencias privadas determinen las políticas de los gobiernos democráticos y de los organismos internacionales?

Estamos indignados con las organizaciones sindicales y empresariales. Aparatos del pleistoceno que viven de la subvención pública, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos, interlocutores pretendidamente representativos pero que sólo defienden los intereses de las grandes empresas y de los trabajadores sindicados de las grandes empresas. Y que no han proporcionado la más mínima ayuda, más bien han sido un estorbo, a la hora de afrontar las grandes reformas pendientes. Sindicatos obreros y vetustas patronales sobran en un mundo en el que los trabajadores ya no son obreros y los empresarios ya no son patronos. Unos y otros somos víctimas de una crisis que no hemos generado nosotros. Por eso estamos indignados.

Y estamos indignados con los “indignados” que después de pasar semanas acampados en las plazas de nuestras ciudades, en asamblea permanente, en manifestación continua, no han sido capaces de articular un movimiento de regeneración mínimamente organizado, ni un equipo competente dispuesto a liderar el proyecto, ni un programa de reformas creíble e ilusionante, más allá de la utopía retórica, de la consigna demagógica o del papanatismo buenista.

Los pequeños y medianos empresarios tenemos sobradas razones para estar indignados. Pero no nos vamos a movilizar, ni convocaremos manifestaciones, ni emitiremos comunicados, como no lo harán nuestros trabajadores, que reman con nosotros en la misma dirección. Nos limitaremos, si podemos, a seguir trabajando juntos, sacrificadamente, para que nuestras empresas sobrevivan a la crisis y puedan seguir generando riqueza y puestos de trabajo. Porque eso es lo que sabemos hacer. Y porque eso es lo que necesita nuestra economía. No pedimos que nos ayuden. Nos basta con que dejen de fastidiar.

(Escrito por Albert Esteves, editor de Interempresas y remitido por Pepe Martínez de Imprenta Orbigraf)

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