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martes, 28 de octubre de 2014

Yo, tu y él corruptos

En la anterior entrada hablamos de la imperiosa necesidad del compromiso del colectivo judicial, como el pilar básico para la recuperación económica, no hacían falta grandes inversiones públicas, ni leyes, ni reformas o recortes, basta que se aplicasen las leyes. Y hablábamos así, en general, en abstracto, hoy en cambio lo hago en concreto como en todo León -los bares, tiendas, en la calle- de la corrupción, y es que ya no es un fenómeno indefinido que se asocia a las grandes ciudades, nombres estranbóticos, altos políticos y empresarios. Desde ayer nos hizo suyo a todos y colocó otra vez a esta provincia dentro de las noticias luctuosas de todos los noticiarios. No quiero, ni mucho menos saltarme el principio sacrosanto de la presunción de inocencia y por ello aquí dejo esta línea argumental para hablar de los hombres buenos, cabe preguntarse si llegado el caso todos seríamos corruptos.

En muchos casos la mayoría no tenemos la posibilidad siquiera de decidir, y gracias a Dios el hombre común no tiene la necesidad de enfrentarse con tal posibilidad y como en los casos de kaleborroka, nos quedamos en el eufemismo de baja intensidad: pequeños apaños que no afectan a otros, "que si el IVA, que si pon me menos horas, que si pasa por nuevo no te preocupes",... Son comportamientos aceptados, consentidos y que no ruborizan, al contrario, la necesidad aprieta en tiempos de crisis y esa no deja de ser una salida a corto plazo. Pero, profundizando más, y si se nos pusiera ante una decisión un poco más compleja, ¿y si nuestra firma hiciese variar el precio de un solar hasta el infinito? ¿Y si todo el mundo lo hiciera, no lo harías tú? 

La complejidad del hacer el bien evitando otros comportamientos para con el resto de personas ya sea corrupción, cohecho, robo, violencia, en general cualquier delito no deja de ser filosófica y por ello enraizado en el comportamiento humano. Platón en su República hablaba del mito de Giges, el cual un día en extrañas circunstancias encontró un anillo (ya sabemos de donde parte el Señor de los Anillos) que confería la virtud de hacerle invisible, bajo esta premisa el clásico griego discurría con otros sobre posibilidad de hacer el bien o el mal, es decir bajo la impunidad de la invisibilidad. La conclusión general era que las personas somos buenas o malas no por inclinación propia, sino por obligación en función de la opinión de los otros sobre nuestro comportamiento, el hombre bueno y el hombre malo con un anillo harán lo mismo, sabiendo que  nadie les exigiría responsabilidades: luego todos somos iguales ante ciertas circunstancias, el bueno y el malo.

Si, eso es lo que empecé diciendo, llegado el momento todos somos iguales (pero en lo malo ojo) pero Platón me corrige y me hace ver mi mezquindad, el hombre bueno hará siempre el bien, con o sin anillo, si ambos hacían lo mismo es que los dos eran malos. Y me ha hecho pensar, ¿seremos todos malos?

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